Fotos: Flickr Gobierno de Zapopan y Adriana Luna
Era el malabarista del grupo, tenía que concentrarse, vencer su timidez, superar sus errores y conquistar al público para recibir una moneda. Así aprendió: tenacidad, disciplina y resiliencia. El equilibrismo le ayudó a conectar sus hemisferios cerebrales y conocer su cuerpo. Ser payaso le trajo alegría. Sin imaginárselo encontró su verdadera vocación y su familia: el circo profesional. Hoy Juan es el responsable de inculcar en niños y adolescentes zapopanos el amor al arte circense.
“Empecé en los malabares con mi grupo de amigos. Nos juntábamos en los parques, íbamos a convenciones, éramos cirqueros de hobbie mientras estudiábamos la universidad. Actuábamos en show de calle y en plazas públicas, pasábamos el sombrero al final. Al terminar la carrera en ingeniería industrial, opté por profesionalizarme en el clown y en el teatro físico. También soy equilibrista en cuerda floja. Soy malabarista. Descubrí un mundo fascinante. Fuí conociendo a muchos amigos. Es parte de lo bonito del circo, se convierte en una familia”, nos comentó.
El malabarismo más básico deja un sentido de logro. Fomenta valores y actitudes para la vida: constancia, disciplina, concentración, superar miedos y fracasos, vencer límites mentales y aprender a conocer la capacidad del cuerpo y la mente.
“El circo transforma, tu mayor herramienta es el cuerpo. La disciplina en la que eres especialista conquista al público. Recuerdo la primera vez que me presenté, me moría de miedo y me daba mucha pena. Era malabarista, pero era un joven muy tímido. Fue en esos espectáculos donde aprendí a dominar el miedo, a conquistar al público. Y después, me profesionalicé. Ahora tengo técnica y experiencia. ¡Me apasiona!”
“Quiero dignificar la profesión de payaso. Es súper valioso, es ese chamán que logra arrancar la risa del espectador, el que transforma lo triste en divertido. Comparte sus emociones. La gente disfruta, se ríe. Por eso el público, al final, quiere abrazar al payaso.”
El circo puede ser un pasatiempo, sin el objetivo de entretener a un público. Se aprende incluso a ser comunidad, a proteger al compañero para lograr una hazaña.
“Se aprende la esencia de hacer comunidad. Como en el circo hay riesgos, aprendemos a cuidarnos entre nosotros durante la acrobacia aérea, cuando hay fuego. Yo que soy payaso y me expongo al público siempre, debo confiar en el equipo de trabajo para generar en la gente emociones. Nos volvemos familia. Además, entre el público hay personas amantes del circo. Se crea entonces la cultura circense”.
El primer Centro de Artes Circenses del país está en la colonia popular El Colli, del municipio de Zapopan. En esta escuela niños, adolescentes e incluso adultos mayores reciben instrucción en diversas disciplinas circenses, algunos se convertirán en profesionales y otros amarán las artes.
Texto Adriana Luna