Maya aprendió desde su tierna infancia a vestirse de personajes. Los grandes de la actuación en México fueron sus maestros. Conoció las injusticias no sólo en tramas y guiones. Observó aciertos y errores en la vida terrenal de las estrellas del cine, la televisión y el teatro.
Los icónicos Estudios Churubusco fueron su escuela. La niñita era dirigida por Felipe Cazals y cobijada por profesionales de la actuación: Humberto Zurita, Alejandro Camacho, Gabriela Roel, Pedro Almendariz y Amelia Zapata (madre). El filme era El Tres de Copas.
“Me tocó trabajar con actores que yo he admirado desde chiquita. Aprendí un montón de ellos, desde las cosas que me gustaría alcanzar, tanto como las que no quería repetir, los errores que yo veía. Cuando era chiquita era muy calladita, pero luego se me quitó. Eso me hacía observar y escuchar a los demás, aprendía mucho de eso”, nos explica.
Ella jugaba a construir personajes para la pantalla grande. Reconoce que el ambiente en el que creció estaba plagado de diversos tipos de violencia, así de forma nata, también aprendió a tener una voz propia.
“Tengo un rechazo absoluto a todo lo que se siente injusto, que tiene que ver con tratos interpersonales. Lo hice de forma intuitiva cuando estaba chiquitita y cuando crecí me tocó formarme en mi propia escuela… He tenido una existencia un poco revoltosa”.
Hay quienes creen que Maya fue una actriz privilegiada porque entró por la puerta grande al séptimo arte; sin embargo, vivió una batalla interna hasta confirmar que sí quería dedicar su vida a ser actriz profesional.
“Mis ambiciones siempre han sido atípicas para un actor. En mi época, en mi generación, los actores querían actuar, no te decían que querían ser famosos aunque fuera la búsqueda principal, creo que sigue siendo todavía. A mí me interesaba que mi trabajo salvara al mundo. Eso quería desde que tenía 14 años”.
Intentó que sus estudios académicos estuvieran vinculados a la Antropología Social, pero pronto se dio cuenta que: “ahí no estaba mi destino, entendí que eso que yo ya sabía hacer, que era actuar, tenía un alcance mucho mayor que otras trincheras. Para mí fue muy importante tomar la decisión de continuar siendo actriz ya de forma profesional, cuando tenía 18 años”
“Me prometí a mi misma que haría toda la vida lo mejor posible para que a través de mis personajes pudiera contribuir un poco a la transformación de mi mundo, de las cosas que yo consideraba que estaban mal. Lo he hecho a través de las historias y los personajes”, añadió.
Un guión, la construcción del personaje, el set, aunque son procesos que desarrolla en forma natural, nunca los ve simples y mucho menos intrascendentes. Ella está perfectamente consciente que su trabajo puede lograr transformaciones personales y sociales.
“Sin duda todos estos procesos tienen el potencial de ser terapéuticos, pero siento que a veces los actores confundimos efectivamente el servicio que hacemos, con la terapia. Pensamos que el set o el teatro es un lugar donde hacemos catarsis. ¡Yo no creo eso! Yo creo que lo que hacemos es un servicio”.
También considera que hay personajes que por obra del destino están elegidos para que ella les de vida, incluso hasta por la complejidad que representan,
“Hay proyectos que te escogen, aunque no sean perfectos, de hecho, pueden ser bastante imperfectos. Sin embargo, hay una razón que va mucho más allá de la calidad superficial y por qué estás contando esa historia, e incluso por qué no es perfecto. Contar historias siempre será un trabajo colectivo… Más que una terapia para mí, el trabajo es un servicio. Mirarlo así me permite seguir siendo responsable con lo que digo, con lo que hago, con lo que escojo”.
Maya Zapata hoy está en la posición de elegir los personajes que protagonizará, aunque no siempre un proyecto se cuenta desde su visión, al darle vida en ocasiones aparecen las musas y lo que fue escrito como una historia, logra transformar vidas y hasta a una sociedad entera.
Texto: Adriana Luna / Fotos: Cortesía Maya Zapata