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A diario, Irene sufría bullying en la escuela, pero era más grande su amor por el aprendizaje y las letras que a pesar del dolor que enfrentaba todos los días, estaba decidida a ir a clases en el plantel educativo. Sus compañeros le apodaban burlonamente: ‘la rara’. Y cómo no iba a serlo, si a los cuatro años de edad era una apasionada de la Odisea de Ulises y sus aventuras tras la guerra de Troya (escrita por Homero), porque no se parecía nada a los cuentos infantiles que le solían contar. Se pasaba horas con libros ilustrados sobre mitología griega, romana, nórdica y oriental.
«Durante muchísimo tiempo fuí ‘la rara’. Desde muy niña yo quería ser escritora, incluso antes de saber que existía esa profesión, pensaba que lo más maravilloso que podía existir era dedicarse todos los días a imaginar mundos. Cuando yo leía libros, no quería ser la protagonista de la historia, ¡quería ser la escritora! Me parecía más fascinante que ser astronauta. Escribir novelas sobre el espacio, los planetas, sobre mundos inexistentes proyectados a partir de mi fantasía. Esas eran las inquietudes que tenía. Mi sed de aprender, el placer con el que yo iba al colegio cada día, pensando que descubriría cosas nuevas, vibrante de curiosidad y de anhelos, hizo que mis compañeros me apodaran ‘la rara’, la que hacía cosas diferentes a los demás. Y fueron años duros, difíciles».
Las agresiones llegaron a tal grado, que los compañeros de escuela le escupían en su comida. Todavía cuando recuerda esos momentos se le entrecorta la voz. A pesar de las agresiones, Irene abrazó sus sueños y sus mundos de fantasía mientras trataba de entender el mundo real. Ella acariciaba su sueño de ser filóloga. Le apasionaban los términos en idiomas muertos, como el griego y el latín.
«Me decían que era excéntrica. La que siempre tomaba las decisiones equivocadas. La que hacía todo lo que no iba a ningún sitio y que no tenía posibilidades de éxito. Que nadie se hace rico siendo filólogo. ¡De nuevo, volví a ser: la excéntrica!».
Ella vivió en silencio todo ese sufrimiento, entonces no sabía que era bullying escolar. En la casa, con su familia, ya era la ‘oveja negra’. En su hogar se alentaba la lectura, la cultura, las artes, y fueron esos estímulos intelectuales lo que le acarició el alma.
«Lo que sucede en el hogar es muy importante para construirnos. Yo fuí muy afortunada, mis padres eran grandes lectores, amaban los libros y la cultura. Nadie en mi familia se había dedicado a ningún oficio artístico. De hecho, no creían que eso pudiera ser algo más que un hobbie o una distracción para el tiempo libre. Ellos me pedían que buscara un trabajo seguro: ‘¡un trabajo de verdad!’. Para ellos escribir, no era un trabajo de verdad. Pero al mismo tiempo, alentaron mi creatividad, pusieron libros en mis manos. Me llevaron a las bibliotecas desde la primera infancia, al teatro, a los conciertos. Apoyaron toda esa avidez que yo tenía de estímulos intelectuales. Pero, toda mi familia había estudiado derecho y trabajaban en profesiones vinculadas. De alguna manera era ‘la oveja negra’ en esas conversaciones familiares después de la comida. Todos hablaban de leyes y sus trabajos vinculados al mundo jurídico. Yo era la única dándole vueltas a las etimologías y tratando de explicarles que ‘leyes’ y ‘leyendas’ vienen de la misma raíz lingüística y que no estaba tan lejos de ellos. Que lo mío tenía que ver con el impacto de las palabras. Y que las leyes también están hechas de lenguaje, por lo tanto yo estaba más cerca, de lo que parecía a simple vista. Intenté cumplir con las expectativas familiares y tener ‘un trabajo de verdad’, pero la escritura tiraba de mí de una manera intensísima. ¡Yo necesitaba casi terapeúticamente escribir mis ficciones y relatos! Finalmente, después de muchos años de intentar equilibrio aceptaron que me lanzase al abismo de intentar vivir de la escritura. Lo único que lamento es que mi padre no alcanzara con vida a ver que lo conseguía y que la confianza en mí había dado fruto».
«Después de todos estos años de tomar decisiones totalmente insensatas, resulta que por suerte estoy exactamente dónde quería estar y haciendo lo que siempre soñé. Comparto esta experiencia para decir que por suerte hay una especie de terquedad en la esperanza ¡que a mí, me ha salvado! A lo largo de todas esas dificultades y problemas, de las puertas que se nos cierran en las narices, de los ‘noes’, esas veces que te dicen que no eres lo suficiente. No eres simpático, divertido, sexy. Sin embargo, sigues adelante. Te aferras al entusiasmo por las cosas que realmente amas. De alguna manera extraña e inexplicable, encuentras el camino para llegar a ese lugar, que la niña que yo fuí, había soñado. Levantarme por la mañana y dedicarme a imaginar mundos, a enhebrar palabras, a vivir de lo que más me gusta hacer en el mundo», explicó Irene Vallejo, hoy escritora multipremiada en el mundo.
La creadora de ‘El futuro recordado’ y ‘El Infinito en un junco’ lamenta que actualmente se vive en una sociedad que proclama el éxito, pero que esconde las frustraciones, las puertas cerradas y los momentos de desaliento. Se prefiere la fachada de logro. Así que prefiere romper con la ficción colectiva, esa que se proclama en las redes sociales, siempre pensando en lo pragmático, en cómo hacer dinero, lograr prestigio, éxito, triunfo, proyección social, pero nadie se enfoca en contar las frustraciones vividas.
«Yo quería contarles esta historia, la ‘rara’ que fuí y que sigo siendo ¡con mucho orgullo! Ahora utilizo ese adjetivo para definirme, para revindicar ese empecinamiento del entusiasmo, que es tan valioso y que yo les invito a abrazar. Si tienen algo que les apasiona, si hay algo que verdaderamente les emociona ¡practiquen esa terquedad de la esperanza!».
El mundo actual insiste que el éxito y el dinero, son lo más importante, no importa si se sacrifican los sueños. ¡Pero no!, la escritora española recomienda a los jóvenes perseguir sus sueños luchando contra el mundo.
«Todos presentamos esa fachada de alegría, de felicidad, de logro. Quiero romper con esa ficción colectiva. Reivindicar ese empecinamiento tan valioso para abrazar lo que les apasiona», insistió.
Frases como ‘el cuello de una botella’, ‘la niña de los ojos’, ‘no me llega el aliento a la camisa’ y las historias que platicaban los abuelos, le atrapaban. Ahora, Irene misma, se ha vuelto contadora de historias. Es un referente de la literatura mundial, sostiene que todo lo que vivió, esa tensión de sentirse rara en un mundo imposible para concretar adaptación le ayudó a enfrentar todos los días un desgarre en su interior. Pugnaban sensaciones en sus entrañas cuestionándose si debería fingir que se sentía cómoda en el mundo de adultos:
«¿Somos nosotros mismos o aceptamos ponernos máscaras para que los demás nos acepten? ¿hasta dónde llevamos esas ficciones? ¿de qué más nos disfrazamos? ¡Luego la máscara se te pega tanto a la piel, que ya no eres capaz de quitártela nunca! Te pones al servicio de lo que los demás esperan de ti. Vivir todo el dramatismo de la adolescencia. Todo es una tragedia terrible, y eso en el fondo, es el remanso de la identidad. ¡Valió la pena! Contra todos los contras, debes mantener viva
tu llama interior».