Higinio López cargaba a su burro de costales repletos de pitayas y junto con su esposa Elisa Becerra viajaban desde Techaluta de Montenegro hacia Guadalajara para vender la fruta. Sin imaginarse que esa venta de pitayas se volvería toda una tradición.
La humilde pareja recorría casi 87 kilómetros y al llegar a la ciudad, se apostaba en el cruce de avenida La Paz, donde siglos atrás, los comerciantes se reunían a intercambiar productos junto al Puente de las Damas. Esa zona hoy es conocida como Las Nueve Esquinas.
Higinio después cargaba con su esposa, sus hijos ya en un automotor para traer las pitayas. Anita, su nieta, oriunda del municipio de Techaluta, recuerda su infancia feliz corriendo y “andaba uno como los pajaritos comiendo pitayas y guamúchiles. Quedábamos todos espinados, pero ahí andábamos”.

Se le ilumina el rostro al pensar en la antigüa Guadalajara. Le causaba emoción acompañar a su familia a la ciudad, era toda una aventura. Aunque venían a vender la fruta, ella también aprovechaba para divertirse. Ya tenían clientes leales en abril, mayo y junio. Las pitayas se volvieron famosas, todos se deleitaban con su sabor único.
“Mi abuelo hace más de cien años venía en burros. Yo me acuerdo que a los años ya veníamos en tres camioncitos, recuerdo que uno se llamaba La Rosita y otro, Sultán. Me acuerdo mucho que aquí estaba la central. Y cuando la gente salía acá del cine, se veía como una procesión y se amontonaba la gente para comprar pitayas. En ese tiempo el ciento costaba diez pesos”, nos cuenta.

Al morir don Higinio, fueron sus hijos y nietos quienes siguieron con la tradición. “Cuando mi abuelo falleció, mi papá nos traía a nosotros. Cuando faltó mi papá, pues veníamos nosotros, los nietos y los bisnietos. Y ahí va, la cadenita, van como cinco generaciones. Es una familia. Ya es tradición venir a las pitayas. Es un manjar que Dios nos manda. Yo tengo más de 50 años vendiendo las pitayas, desde que era niña y ahora vengo con mi hija Celina. Ella me ayuda”.
Ahora Anita viene con su hija Celina, pero ya no comercian sólo pitayas, también traen guanábanas, y bolsas de flores secas para purificar el cuerpo, especialmente los riñones. También traen pan, ponches, postres, todo elaborado con la fruta tradicional.
“Los invitamos a todos a comer pitayas. Hay desde cuatro pesos a 15 pesos la pitaya. Es para hacer pan, nieve, gelatina, ponche, borrachitos, pellizcos, dulces, aderezos, salsas, mermeladas, cajetas. Hacemos pay de pitaya, empanadas, gorditas de pitayas”.

La fruta es un regalo divino y su vida se rige en torno a la pitaya, de hecho, Anita asevera que gracias a comerlas está sana y fuerte: “tiene mucho colágeno, mucho calcio. La flor de pitaya se toma como té o agua de uso, sirve para purificar los riñones y equilibra la presión”.
El municipio de Techaluta de Montenegro mantiene la tradicional producción de pitayas, el viaje a Guadalajara ya es vía autopista, el recorrido es de hora y media. Lo que no ha cambiado es la tradición que se ha vuelto generacional, las familias tapatías los esperan estos meses de calor para deleitarse con el especial sabor de las pitayas.
Texto y Fotos: Adriana Luna