Lucía Topete, de origen tapatío, se dedicaba a diseñar uniformes médicos y ejecutivos, actividad que compaginaba con sus responsabilidades como mamá. En unas vacaciones por costas colimenses, mientras observaba a sus hijos jugar con las olas del mar y la arena, sus manos cobraron vida, sin imaginar que incursionaría en el desconocido mundo de la escultura. Hoy, han pasado tres décadas y su obra está en distintos países del mundo.
“Me dedicaba a la moda, pero de un día para otro apareció mi camino. Yo no sabía que tenía alguna habilitad artística, cuando la descubrí, me enamoré. Estaba de vacaciones en la Playa de Las Hadas observando a los niños jugar a la orilla del mar, se me ocurrió dibujar una cara y me pareció la cara de una persona. Después hice un Volkswagen, le puse hasta la carretera con palitos, huellitas (de las llantas), todos los detalles y me emocioné”.
Al día siguiente, dibujó a un señor acostado, medía tres metros. Al tercer día se le ocurrió dibujar el hotel con todo y montañas. Al cuarto día, había un campeonato de jet sky, Lucy terminó haciendo un modelo de tamaño original, fue cuando se percató que tenía un don artístico.
En su familia no tenía ningún antecedente vinculado a la cultura o las artes, pero desde pequeña sentía atracción por el arte sacro que veía en las Iglesias.
“Siempre pensaba en el autor y en cómo había hecho la obra, pero de mi curiosidad no pasaba. Yo rasguñaba la imagen de un monaguillo que estaba a nivel de piso, olía el material, trataba de adivinar el polvito de qué estaba hecho”, recuerda.
Al regresar de la playa, se decidió comenzar a estudiar la técnica con maestros profesionales. Sin embargo, visitó tres escuelas, ahí se topó con el primer desafío, se sentía incomprendida como creadora.
“En ninguna escuela encontré a maestros que tuvieran la prisa para enseñarme, satisfacer mi hambre de aprender. Ahí decidí que iba a aprender sola. Estaba en la segunda clase de arte, cuando me llegó mi primer cliente, yo ni siquiera sabía que se cobraba, para nada era mi mundo. Esta persona me preguntó si podía hacer unos milagritos de los que se le cuelgan a los santos. Yo le dije que sí. Me gustan los retos, así que siempre digo que sí, aunque no sepa cómo hacer las cosas. Total que hice los milagritos, le gustaron y me recomendó a otra persona”.
Ese segundo trabajo artístico fue extremo en dificultad, pero ella volvió a decir que sí. “Era un trabajo muy laborioso que sería el regalo para el cardenal tapatío, eran relieves de plata. De ahí se hizo una cadena de recomendaciones que llegan hasta hoy, porque yo nunca me he publicitado en 30 años, ni he buscado ser conocida”.
Pasó un año y Lucy renunció a la empresa de diseño de vestuario médico para dedicarse por completo a la escultura. Faceta que ha despertado en ella el deseo benefactor.
“Para mí es una pasión, me encanta lo que hago. Me gusta que con este trabajo puedo ayudar a muchas asociaciones civiles, siento que este trabajo es mi vocación de servicio. Yo no lo busco para obtener fama, porque los dones se nos dan. Uno desarrolla su talento, pero se trata de hacer algo bueno para otros. Mientras tenga casa y comida, estoy satisfecha. Me siento muy afortunada y feliz, para mí no hay días festivos, día y noche trabajo. La fiesta es diaria haciendo lo que hago”.
Lucy Topete recuerda tres obras que para ella son especiales como entrañables. Una de ellas es la figura del Papa Juan Pablo II. Ella recuerda que durante la primera visita de Karol Wojtyła a México en los alrededores del Estado Jalisco, se acercó a la multitud sin ningún interés especial, fue sólo por curiosidad, pero cuando lo vio sintió como un rayo, no podía dejar de llorar.
“Desde entonces pensé que tenía un vínculo con él. En ese entonces ni siquiera me imaginaba que sería escultora, para nada. Casualmente me pidieron que hiciera la escultura”.
Pero ella no tenía ninguna relación con el Vaticano, la única mexicana que sabía que vivía en Italia era la periodista Valentina Alazraki, porque la veía en la televisión. Entonces se le ocurrió enviarle un correo electrónico cuando empezaba el boom de las computadoras, nunca pensó que le respondería.
“Le pedí que me hablara cómo era Karol, la persona, no como el líder religioso que todos conocíamos. Me habló de su sencillez, de su nobleza, de que era una persona común, no se sentía especial. Era sencillo y amoroso. Entonces yo traté de reflejarlo en el rostro de la escultura. Cuando ella vio la figura, dijo que era la que más apegada a la realidad había visto”, recuerda con los ojos brillantes de emoción.
Desde entonces, Lucy dedica mucho tiempo a investigar lo más posible al personaje que va a plasmar en su obra. “Me lleva más tiempo la investigación, que hacer la obra. Busco de ser posible a gente que conoció al personaje, si no es posible trato de leer mucho, todo lo que encuentre. Para mí lo importante es encontrar la esencia de quién es, no qué hizo, eso es independiente. Hago el busto con base a fotografías, video, biografías, todo lo que encuentre”.
La artista reconoce que hay un punto de quiebre donde ni siquiera ella sabe lo que sucede con sus manos. “No sé cómo se hace, pero al final hago leves movimientos de la figura, que son los que hacen que salga la expresión de cómo era (la persona). Por ejemplo, en el Papa Juan Pablo II tenía que ser mucha dulzura, pero a la vez nobleza, sencillez y mucho amor. Esa parte es la que no sé, pongo la información dentro de mi cabeza, luego admiro y quiero al personaje por quién es. Lo que sí sé es que el cerebro está conectado a las manos de alguna forma fuerte. El cerebro creo que pasa a mis manos la información. Yo no sé si es medio milímetro del ojo arriba o a un lado, lo que hace que la mirada refleje nobleza. Solo sale natural y es diferente en cada escultura”, apunta.
Hay réplicas de esa figura del Papa, que mide más de dos metros de alto y de un busto que también elaboró. Las reproducciones se encuentran en Italia, en la Basílica de Guadalupe dentro del museo, en el Seminario Mayor de Guadalajara y en diferentes iglesias ubicadas en Estados Unidos, Colombia, México, etc. Algunas están echas de bronce y otras en fibra de vidrio pintado, en busca de que se vean lo más natural posible. El don a mí me lo dieron, sólo hay que dejarse llevar y suceden las cosas. Es como una aventura, como una bendición. Día y noche mi mente trabaja en las obras”.
La figura de Emiliano Zapata, es otra de sus obras entrañables. Esta se encuentra ubicada a la entrada del municipio de Tequila, pero también en otros sitios del país. “Unos campesinos ahorraron dinero durante tres años para hacer un monumento ecuestre del líder revolucionario Emiliano Zapata. Para hacerlo me puse a buscar información, no me preguntes porque no sé cómo, me contactó un bisnieto de Zapata. Edgar Castro Zapata vive en el Estado de Morelos, físicamente es idéntico al bisabuelo. Él es historiador y preside la Fundación Emiliano Zapata. Tuvimos comunicación, me hizo el favor de prestarme cartas del revolucionario, me habló de las novias, anécdotas de familia, toda la relación para conocer al Zapata humano. Yo lo trabajé de esa manera”.
Pero como la escultura también incluía a un caballo, Lucy estuvo recorriendo lugares en el municipio de Tlajomulco de Zúñiga donde tiene su taller hasta que consiguió que le prestaran por dos semanas un equino similar al que tenía el personaje revolucionario. Todos los días observaba los hábitos de la especie, su forma de comer, de descansar, para poder tomar el modelo.
“Terminé la escultura y el día de la develación fueron personas vestidas de revolucionarios, llegaron al pueblo de Tequila, el bisnieto de Zapata acompañado de los nietos de tres generales que acompañaron a Emiliano Zapata, fue un honor para mí. Me hicieron parte de la Fundación, hemos ido a Estados Unidos, a Colombia y a distintas entidades de México para dar conferencias sobre el legado zapatista. Un académico de la UNAM habla de la historia de la Revolución Mexicana, Edgar Castro Zapata habla del Plan de Ayala y yo hablo sobre la forma de ser de Emiliano, la persona, muy noble, valiente y preocupado por su gente. Era además una persona muy culta. Se volvió un personaje al que quiero y admiro muchísimo”.
Una tercera obra que le llena el corazón de satisfacción fue solicitada por un empresario dedicado a la hotelería en este país, pero que tiene raíces españolas. Quería como homenaje a su ancestro que había gobernado la ciudad de León, España y quería dar una escultura a todo el pueblo. El desafío era entregar pendones leoneses (banderas de 10 metros) que serían develados durante una fiesta regional, todas las familias se reúnen en el centro de la ciudad, vistiendo trajes típicos y portan sus pendones representativos. Sin embargo, era a contrarreloj, tenía solo cinco meses para elaborar la escultura. Las autoridades europeas dudaban que la obra artística pudiera realizarse en México, donde no se conocía la tradición y que llegara a tiempo para la fiesta.
“Llegó el momento en que tenía tres fundiciones trabajando, mientras terminaba la escultura en partes. Mide diez metros, se requieren nueve personas levantando una bandera. Al final se demostró que ¡en México sí se puede!”.
Durante toda su carrera ha vivido momentos especiales, pero el pago más grande que le ha dado una persona por su trabajo fue cuando un cliente le encargó un busto con el rostro de su progenitor. Al entregarlo, con lágrimas en los ojos el hombre exclamó: “Hola de nuevo, papá”.
Lucy Topete se dice consciente que simplemente es una escultora con un don divino, un instrumento para expresar con sus manos, la generosidad humana.
Texto: Adriana Luna