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Un maestro que soñaba ser ingeniero

José Ramón Espinosa Aguiar era un jovencito cuando dejó su tierra natal Nayarit, en busca de oportunidades para su educación superior. Él soñaba con ser ingeniero, pero como necesitaba sostener sus necesidades básicas se le presentó la oportunidad de dar clases y la aceptó. A veces solía frustrarse porque no veía por dónde seguir el camino hacia la ingeniería.

José Ramón Espinosa Aguiar era un jovencito cuando dejó su tierra natal Nayarit, en busca de oportunidades para su educación superior. Él soñaba con ser ingeniero, pero como necesitaba sostener sus necesidades básicas se le presentó la oportunidad de dar clases y la aceptó. A veces solía frustrarse porque no veía por dónde seguir el camino hacia la ingeniería.

“No completaba, quería hacer algo, pero no encontraba el caminito. Entonces, me dije: ‘Quiero ser de los mejores profes’. En 1976 me puse a estudiar, ahora sí, en la Escuela Normal Superior”.

Cuando todavía estaba preparándose como docente daba clases en 5to y 6to de educación primaria. En retrospectiva, ahora considera que fue buena enseñanza para él porque experimentaba con procesos didácticos. Tenía claro que para llegar al corazón de los alumnos debía enseñarlos a descubrir libremente su potencial. Así que les enseñaba su entorno, la historia, la estructura social, mientras excursionaba junto con los niños y sus papás por museos, sitios históricos de la ciudad e incluso parques y balnearios: “Yo los llevaba a todos esos lugares para que fueran libres”, recuerda.

El maestro Ramón en la década de los 80 ejercía su profesión en la escuela primaria Aurelia L. de Guevara, que estaba a medio construir. Su ubicación, la popular colonia Constitución del municipio de Zapopan. Se preocupaba especialmente por los problemas y retos que vivían sus alumnos. Al grado de que, si uno de los educandos no aparecía durante dos o tres días, al terminar su jornada laboral iba hasta el domicilio para saber cómo estaba el niño y por qué no estaba asistiendo a clases. Así ayudó a jóvenes que enfrentaban violencia intrafamiliar o problemas con adicciones a la droga y el alcohol.

Entre sus alumnos, observó que una niña de 9 años por su timidez solía permanecer callada en las clases, no levantaba la mano para participar, ni socializaba con los compañeros. Así que el profesor comenzó a asignarle investigaciones especiales y temas para exponer a todo el grupo.

Dejaba a la niña parada en frente de todos, mientras él se iba caminando por el pasillo hasta el fondo del salón y la incitaba a que comenzara con su exposición. Con frecuencia gritaba: ‘hable fuerte porque acá no le escucho’. Entonces la alumna tenía que sacar fuerza de su interior para levantar la voz al grado que se escuchara hasta la parte posterior del aula.

Nadie se imaginaba, ni siquiera el maestro, que ese aprendizaje le sería útil a la pequeña para toda su vida, pero además esa habilidad para ordenar ideas y la seguridad para hablar en público ayudaría a otras personas en la sociedad jalisciense. Con los años, esa niña se volvió periodista y su trabajo ha trascendido en el país.

Hoy, tras décadas en la docencia y ayudando a múltiples generaciones, el maestro José Ramón, está jubilado. Pero su labor magisterial no terminó al dejar las aulas, ya que, al ver las necesidades de los profesores jubilados, comenzó a involucrarse en la Sección 16 del Sindicato de Maestros y pugnó para que las condiciones de vida de los docentes retirados y sus pensiones se dignificaran. Llegó a tal grado su lucha que llevó ataúdes frente a Palacio de Gobierno para exigir pensiones dignas. ¡Y lo logró!

Su pasión por la enseñanza, inspiró a su hijo Sergio para convertirse también en maestro y ayudar tanto a los niños como a los profesores a través de la representación sindical.

¿Cómo conocí esta historia inspiradora? Soy aquella niña tímida, que tenía pánico al hablar en público. Durante muchos años, estuve rastreando archivos, preguntando a maestros y a diversas autoridades educativas para encontrar al maestro José Ramón para decirle: Gracias!!!

Cuatro décadas después pude reencontrarme con él, gracias a la Sección 47 del SNTE, a Flavio Mendoza y a Sergio Espinosa. Reímos y lloramos al recordar aquellos años maravillosos que cambiaron su vida y la de decenas de chiquillos. Aquel maestro, que soñaba ser ingeniero, logró lo que jamás un profesional de la construcción haría, armó los planos y dio libertad para que cada uno de sus alumnos construyera los andamios de un proyecto que no destruirá ningún sismo o catástrofe, nuestras propias vidas.

Hoy, en el Día del Maestro me entusiasma conocer a otros profesores a los que les apasiona ayudar a los niños. Citaré solo un ejemplo más, el ‘maestro miel’, Pedro Cota. Un joven profesor que dejó su tierra natal, Sinaloa y toda una carrera prometedora en el mundo del modelaje, para venir a Jalisco y ayudar a pequeños de escasos recursos a modelar su vida, superando cualquier reto económico o familiar. Este maestro que se viste de super héroe y hace campañas para entregar regalos y arrancar sonrisas a niños hospitalizados que enfrentan combates con el cáncer y otros padecimientos.

A todos esos maestros inspiradores, un profundo agradecimiento por su labor, su paciencia, su talento y sus genuinos deseos de cambiar al país, comenzando con mejorar las condiciones de vida de sus alumnos. ¡Feliz Día del Maestro!

Texto: Adriana Luna 

 

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