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Bailar para quererse

El baile es alegría, diversión, arte, trabajo en equipo y disciplina. La danza enseña al humano a respetar y amar el propio cuerpo, dejarse sorprender por él. Hoy es una herramienta poderosa para transformar vidas.

El baile es alegría, diversión, arte, trabajo en equipo y disciplina. La danza enseña al humano a respetar y amar el propio cuerpo, dejarse sorprender por él. Hoy es una herramienta poderosa para transformar vidas.

Brenda Carolina no contaba con vena artística en su familia, sin embargo, era la primera en levantar la mano cuando en la escuela solicitaban voluntarios para participar en bailables.

“Ella bailó folclórico desde que estaba en kínder, primaria y secundaria. Después en preparatoria fue porrista. Y de ahí le nació el gusto por el jazz. Terminó su carrera y abrió su academia de baile. ¡Ama la música, es lo suyo! Es muy disciplinada, busca la perfección siempre”, nos explica Don José.

Hoy Brenda tiene un sueño: conquistar escenarios en los pequeños corazones de sus alumnos y enseñarles que el baile tiene un poder transformador:

“Para controlar sus emociones, desarrollar nuevas habilidades, mejorar su concentración y comunicación. Su cuerpo tiene mejor salud. Las ventajas del baile son enormes, yo he tenido niñas introvertidas que se vuelven en personas muy exitosas. La danza las lleva a una transformación”, explica Brenda Carolina Salcido.

Si los niños aprenden a trabajar en equipo desde la tierna infancia se tendrán habilidades, éxitos y resiliencia de por vida.

“Un solo bailarín tiene cierto tipo éxito, pero un bailarín acompañado del equipo su éxito se potencia al mil por ciento. El trabajo en equipo es uno de los valores básicos, se brilla más, ¡todo mejora!”.

En cada coreografía montada para un espectáculo aparecen niñas de dos o tres años haciendo piruetas, splits, saltos, giros, etc. Los cuerpos delgados, fornidos o robustos, todos se mueven armonizados para lograr: arte.

“No importa la estatura, no importa el nivel dancístico, si uno es principiante, básico o avanzado, lo importante es incluir a todos. Trabajar cualidades coreográficas para que todos lo alcancen y jamás, jamás esconder a nadie, todos tienen que brillar. Lo que hacemos es impulsarlos a todos, desde la más flaquita hasta la más llenita, todos tienen oportunidad. Todos aprendemos a amar nuestro cuerpo y a respetar los de los demás”, añade.

Olaf era un estudiante de la Licenciatura en Derecho. No estaba conforme con su espigado cuerpo, se veía débil, esquelético; pero la danza le enseñó a quererse tal como es.

“Fue causalidad, más que casualidad. Entré a bailar a los 20 años, ya muy grande (le decían). No sabía coordinar absolutamente nada. Por gusto monté una coreografía y me salió. Me emocioné, comprendí que era mi pasión y me metí a una escuela, terminé dejando Derecho y me metí a la Licenciatura en Artes”, recuerda.

“Bailar fue un autodescubrimiento. ¿Qué está pasando en mi cuerpo? No lo entiendo. ¿Cómo puedo mejorar? No hay respuesta, al tiempo llega. Es un proceso de años de entendimiento. Primero tuve que cambiar mi mentalidad y después el cuerpo empezó a transformarse. Aprendí a respetar mi cuerpo, es mi herramienta de trabajo, de él vivo, es como mi empresa, tengo que invertirle, chiquearlo, consentirlo. Es lenguaje amoroso del cuerpo”.

Hace ya siete años que se volvió bailarín profesional. Ahora es maestro de danza y coreógrafo. El baile le enseñó: psicomotricidad, inteligencia espacial, seguridad, sentido de percepción de tu propio físico y el exterior.

“Te ayuda a conocer tu persona, tus emociones, a conocerte en muchos aspectos. Descubres un lado sensible que no está uno acostumbrado, como sociedad. Aprendes un constante cambio, como una oruga, una metamorfosis que lo transforma en mariposa. El niño se desarrolla, crece, se transforma”, dice con mirada brillante -aún sudoroso- tras una presentación de danza.

La danza sin importar si es urbana, clásica, contemporánea, obliga a transformar la mentalidad antes que el físico. A los niños y jóvenes les abre una ventana de oportunidades.

Por ejemplo, Dulce tiene 9 años de edad, vive en el municipio de Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco. Su papá es empleado de una fábrica y su mamá es ama de casa. Ella ama bailar. Toda su familia: sus padres, tíos y abuela se reúnen para aplaudirla.

“Siento alegría y emoción al bailar. Si me caigo, me levanto y le sigo bailando. Me gusta el baile contemporáneo. Quiero estudiar decoración de interiores y danza”, nos explica con gran naturalidad y confianza, al vestir un brillante leotardo de color amarillo con rosa.

Su abuela Ivonne, con gran orgullo nos explica que verla en cada presentación “es hermoso. Es una niña muy cariñosa, muy inteligente, es de carácter fuerte. Nosotros somos de Irapuato, Guanajuato, pero nos venimos a Tlajomulco. Amo a mi nieta, es una bendición”.

Su tío Damián percibe los pequeños-grandes logros de Dulce, lo sorprende en cada espectáculo: “Se ha superado mucho. De las primeras veces que la vi bailar, a hoy, es un gran avance”.

En distintas colonias de Tlajomulco y Guadalajara, la maestra Brenda y el profesor Olaf ayudan a los niños a enamorarse de la música y la danza, a respetar sus cuerpos y no contaminarlos con drogas o malos hábitos.

Como muchos niños son de escasos recursos, no cuentan ni con mil pesos, que en promedio cuestan los vestuarios para las presentaciones musicales, se hacen cooperaciones voluntarias (vaquitas), concursos y rifas para obtener los más recursos que se puedan para comprar vestuarios para todos, pero no siempre alcanza, y algunos pequeños, aunque tienen mucho talento se quedan sin participar. Por ello, se invita a empresarios, asociaciones civiles y personas de buena voluntad a colaborar con estos niños para que cumplan su sueño de ser bailarines.

Texto: Adriana Luna / Fotos: Cortesía First Dance

1 Comentario

  1. Efraín Caballero H.

    diciembre 26, 2023 at 6:58 pm

    Que importante que la juventud tenga alternativas como está para desarrollarse y estar lejos de adicciones y otras actividades nocivas, sobretodo en estos tiempos tan convulsos.

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