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¡Comerciante seria, a los 13 años!

La infancia de Georgina se desarrolló entre negociaciones vinculadas a la curtiduría de su padre Jorge Gómez y la elaboración de artesanías y administración en los comercios de las abuelas.

La infancia de Georgina se desarrolló entre negociaciones vinculadas a la curtiduría de su padre Jorge Gómez y la elaboración de artesanías y administración en los comercios de las abuelas.

“En la tenería yo era la encargada de atender a los clientes, hacer las facturas. Mi padre era muy metódico, siempre nos enseñaba que si queríamos ser exitosos en la vida teníamos que ser: disciplinados, disciplinados y disciplinados”, nos cuenta.

Cuando Gina tenía seis años de edad, su progenitor le dejó muy claro que la “educación era su herencia familiar”. Y ¡se puso feliz!

Foto: pixabay

Las vacaciones divertidas eran con sus abuelas comerciantes. Por ejemplo, en Michoacán, la niña jugaba en un taller de artesanía, que era de su abuela María de Jesús, ahí las mujeres elaboraban ramos de novias. Otro verano se lo pasaba jugando ‘a la administración’ en una enorme tienda de abarrotes ubicada en el mercado San Juan de Dios -el más grande de Latinoamérica-, propiedad de su abuela Rosario.

“Me encantaba ir con mi abuela al taller donde había unas 30 mujeres que escuchando radionovelas trabajaban en serie, hacían el tendido del alambre, lo cortaban. Luego con toda paciencia gotita a gotita elaboraban los azahares para el ramo de novia, cortaban la tela para hacer las flores. ¡Yo era parte de eso, me llenaba el corazón!”

“Era divertido, se reían. Estas mujeres tenían la misma finalidad: sacar adelante a sus familias, mientras los esposos vivían en Estados Unidos, trabajando su sueño americano”, recuerda.

Su padre y el curtidor ‘Don Quihúbole’ se convirtieron en los mentores para concretar sus primeras ventas como intermediaria. Al querer vender los ramos de novia hechos en Michoacán, en el andador de las novias en el centro tapatío, se encontró con dos rotundas negativas. A los 13 años, Gina se convirtió en ‘comerciante seria’, así lo explica:

“La señora Judith tenía una tienda de novias muy bonita, yo llegué cargando una caja con el ramo, le expliqué que se elaboraban en Michoacán en el taller de mi abuela, pero ella me respondió: ‘¿cómo crees que te voy a comprar a ti? Mi negocio es serio, no tengo por qué comprarle a una niña’. Yo respondí: ¡yo también soy seria! Estoy vendiendo porque quiero ayudar a mi abuela, estoy aprendiendo”.

Ante el rechazo en su primer intento, Gina se retiró del lugar y después soltó el llanto. Siguió tocando puertas y se repetía la negativa.

“En el tercer intento llegué con el señor David Chávez, yo iba muy triste y asoleada. Él me dijo: sí te voy a comprar, pero vas a negociar con mis hijos”.

Entonces llamó a Cristina (19 años) y David (16 años) quienes hacían diferentes labores en la tienda. Ellos le preguntaban de qué estaban hechos los ramos, cómo los hacían y recibían respuestas de la adolescente, mientras el dueño del negocio observaba la negociación.

“Ellos fueron mis primeros clientes. ¡Compraron toda la camioneta llena de ramos! Y yo, brincaba de alegría. Cuando regresé a la tenería que estaba por el Estadio Jalisco, con el dinero en efectivo en la mano, mi papá me preguntó: cómo le había hecho para venderlo todo. Yo le respondí: ¡no lo sé!. MI abuelita se puso contenta y me citó para hacer cuentas. Mi papá siempre nos enseñó a dar cuentas claras”.

A Gina le fueron encomendadas otras misiones comerciales. Ella vio la necesidad de contar con variedad de ramos y hacer un muestrario. Su padre le instó a volver con los que se habían negado a comprarle, poco a poco los convenció y se hizo de una ruta comercial en la calle Pedro Moreno, conocida como la ‘calle de las novias’. Así fue como a los 13 años, la niña inició su propio mini-negocio.

“Yo me debo a mi padre, él era ingeniero químico y desde chica lo ví trabajar. Hizo realidad su sueño de la tenería. Nosotros vivimos entre las pieles y su olor peculiar. Mi padre sabía perfectamente cómo curtir una piel y como se modificaba con el calor el poro de la piel. Él nos enseñó de todo: cargar la piel, fijar el color, abrir y cerrar el poro. Vivimos como familia el crecimiento de la tenería y su industrialización”.

Georgina hoy sostiene que se convirtió en comerciante, aprendiendo del ‘mejor vendedor del mundo’, un hombre callado, que sabía escuchar e identificar las necesidades del cliente. Lamentablemente la violencia le arrebató a su padre, de forma inesperada hace dos décadas; pero con su ejemplo, Don Jorge le heredó las más valiosas lecciones comerciales.

Texto: Adriana Luna (Parte I)

1 Comentario

  1. Diana Romero

    julio 13, 2023 at 12:01 pm

    Me encantó conocer a Gina un poco más, ahora comprendo de dónde viene esa fuerza, compromiso y disciplina que la caracteriza, siempre tiene una sonrisa franca, una mano amiga y un oído presto. Me gustó mucho su entrevista, gracias.

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